Corso monache 26 giugnoOrando con el Evangelio

P. Bruno Moriconi, o.c.d.

EVANGELIO: Mc 12,38-44

 

38 Y él, instruyéndolos, les decía: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, 39 buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; 40 y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa». 41 Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; 42 se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. 43 Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. 44 Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Podemos dividir este párrafo del Evangelio de Marcos en dos partes: la advertencia contra los escribas (vv. 38-40) y la alabanza de la viuda pobre que, a diferencia de los ricos, echa en el arca de las ofrendas más que nadie (vv. 41-44). La primera parte (vv. 38-40), sirve al evangelista para poner de relieve el contraste entre el exhibicionismo y el interés por el propio provecho de los escribas y la verdadera actitud religiosa de la viuda, a la que nadie hace caso.

Los escribas eran expertos de la Sagrada Escritura que, constituyendo también el código de derecho, hacía de ellos los únicos abogados. La primera especialización (el conocimiento de la Sagrada Escritura) daba prestigio, pero poco dinero. En cambio, ser abogados (expertos en el derecho), podía ser una ocasión, no solo de ganar lo justo, sino también de aprovecharse hasta de los más pobres. De los escribas de su tiempo Jesús llega a decir que, no sólo les encanta pasearse con amplio ropaje, que les hagan reverencias en las plazas, tener los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes, sino, además, que devoran los bienes de las viudas, pretendiendo ser admirados y perdonados porque hacen largas oraciones.

Aparentan hacer largas oraciones”, dice Jesús, porque, en realidad, su amor no es por Dios, sino por sí mismos. Por eso anhelan todo lo que reputan deseable: los amplios ropajes, las reverencias, los asientos de honor y, sin pensar en la condición de los demás, todo el dinero que puedan lograr. Precisamente todo lo contrario de la postura de la viuda pobre que Jesús quiere mostrar a sus discípulos para que aprendan de ella. Esta vez no se trata de un personaje de parábola (como la viuda pobre del capítulo 18 de Lucas, que todos los dias acudía al juez deshonesto), sino de una viuda real que Jesús, estando sentado enfrente del tesoro del templo, observó después de haber visto muchos ricos que echaban mucho dinero, mientras ella (una viuda pobre) echó solo dos monedillas.

Una ocasión muy propicia para aclarar a sus discípulos el modo apropiado de comportarse ante Dios y los hombres. Por eso, llamando su atención sobre esa mujer, les dijo: “Esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.

Es como si, antes de irse, Jesús hubiera querido dejar la última lección práctica a sus discípulos. Esa viuda es una maestra silenciosa, pero es a ella a quien tendrán que mirar sus discípulos para saber cómo comportarse. Hace falta guardarse de los falsos y soberbios maestros y fijarse en la generosidad de aquella mujer del pueblo.

Los primeros, incluso pretendiendo ser religiosos y piadosos, practican el culto de sí mismos. La pobre viuda que echa todo lo que le sirve para vivir, representa a Jesús, que se ha hecho el último de todos y está a punto de dar la vida. Última de todos, aquella mujer, es realmente la primera y, esto es lo que tienen que aprender los discípulos de Jesús: a derrochar la vida por los otros, en el nombre de Jesús y siguiendo su camino.

Todos aquellos ricos echaban lo superfluo, pero a menudo puede ocurrirnos también a nosotros: dar, al Señor y a los hermanos, sólo algunas sobras y, sobre todo, con poco amor. En cambio, "una viuda pobrecita - escribió a un amigo san Jerónimo - dejó caer dos monedillas de bronce en el tesoro del templo, pero fue todo lo que pudo dar, y por esto se habla de ella como si hubiera hecho, con su ofrenda a Dios, más que todos los ricos. Las ofrendas, en efecto, no son valoradas en base a su peso, sino en base en la buena voluntad de quién las hace" (Carta a Juliano 118,5).

 

Bruno Moriconi, ocd