EVANGELIO: Lc 3,1-6
31 En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, 2 bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. 3 Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, 4 como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; 5 los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. 6 Y toda carne verá la salvación de Dios».
“Voz del que grita en el desierto”
Del mismo modo que el evangelista Lucas sitúa el nacimiento de Jesús en el tiempo en el que había sido anunciado “un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio”, decreto que “se cumplió siendo Cirino gobernador de Siria” (Lc 2,1-2), pone la aparición pública del Señor en un contexto histórico concreto.
“El año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás”, nos informa Lucas, es el momento en el que Juan, hijo de Zacarías, va a encontrarse con Jesús.
Casi exagerando en detalles, nos habla de todas las autoridades imperiales, locales y religiosas. Era el tiempo, escribe, del emperador Tiberio Cesar, sucesor de Augusto en el año 14 y que continuaría reinando hasta el año 37. Nos encontramos, pues, en su decimoquinto año, por lo que nos resultará fácil deducir que – según que se calcule o no el primer año de su imperio - hemos de colocarnos entre los años 27 y 29 de nuestra era.
En aquel tiempo, desde el año 26, quinto gobernador de Judea en nombre del mismo emperador era Poncio Pilato, mientras Herodes Antipa, hijo de Herodes el Grande (71-4 a.C.), con el título de tetrarca (señor de una cuarta parte de un poderío), gobernaba la Galilea. Su hermano Filipo, era tetrarca de Iturea y Traconítide (territorios al este y al norte del lago de Genezaret), y Lisanio, de Abilene (territorio al noroeste de Damasco). Este último personaje resulta difícil de identificar, si bien en las obras de Flavio Josefo su nombre aparece varias veces.
La última aclaración sobre la circunstancia de la aparición de Jesús en el Jordán, donde Juan estaba bautizando, se refiere al sumo sacerdocio de Anás y Caifás. De hecho, Anás había sido depuesto de su carga por los romanos ya en el año 15, y ahora Sumo Sacerdote, desde el 18, era su yerno Caifás (18-36), pero, como su influencia era todavía muy grande y, tal vez, seguía conservando también el título, Lucas cita a los dos.
Con esa insistencia casi excesiva en señalar los años, el evangelista quiere resaltar la precisión histórica de la encarnación del Hijo de Dios. Como escribe Pablo, hablando más en sentido teológico que histórico, fue en “la plenitud del tiempo”, cuando “envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gal 4,4), o sea, en el momento culminante de la historia. Siendo, sin embargo, por parte del Hijo de Dios, una verdadera y total asunción, a pesar del pecado, de nuestra condición humana, su manifestación pública tuvo que tener lugar en un momento preciso de nuestra historia, o sea, según los datos del evangelista, entre los años 27 y 29 de nuestra era.
Fue entonces cuando “vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”, o sea, en el tiempo de aquellos señores, si bien muy lejos de sus palacios. Fue en el desierto, el lugar del vacío que favorece la escucha de la verdad, donde Juan, recorriendo toda la comarca del Jordán, iba predicando su bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Lucas, a diferencia de los otros evangelistas, no habla del estilo de vida del Bautista, sino solo de su misión. Una misión tan identificada con su persona que, haciendo referencia a unas palabras de Isaías, es denominado simplemente Voz.
“Voz del que grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios”.
Unas palabras dirigidas al pueblo de Israel en el exilio para alentar su esperanza de volver pronto a su tierra. En la antigua profecía indican la necesidad de preparar el camino y allanar los senderos en vista de ese regreso a la patria, pero en la boca del Bautista, se trata de los caminos que preparan la llegada del Mesías Salvador. Él llega por sí mismo, pero para reconocerlo y acogerlo hace falta desearlo y abrirle los senderos del corazón.
Esto quiere decir preparar el camino del Señor y allanar los senderos. Ir a su encuentro con humildad que, como enseña Teresa de Ávila, quiere decir “andar en verdad”. En la verdad de nuestros caminos torcidos, pero con la certeza de que el Señor, por su parte, no quiere otra cosa sino ayudarnos a enderezarlos.
“Sabemos – escribe san Bernardo en uno de sus sermones - de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no [porque es íntima]. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua Él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron. La intermedia, en cambio, es invisible [interior], y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. […] En la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo”.
Bruno Moriconi, ocd