Corso monache 26 giugnoOrando con el Evangelio

P. Bruno Moriconi, o.c.d.

EVANGELIO: Lc 9,11b-17

11b Jesús los acogía, les hablaba del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación. 12 El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado». 13 Él les contestó: «Dadles vosotros de comer». Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente». 14 Porque eran unos cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: «Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno». 15 Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos. 16 Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. 17 Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.

El episodio de la multiplicación de los panes es precedido por la vuelta de los Doce que Jesús había enviado a proclamar el reino de Dios. Al escuchar todo cuanto han ido haciendo en esa misión, Jesús, tomándolos consigo, se había retirado con ellos a un lugar solitario en los alrededores de la ciudad de Betsaida. Según la interpretación explícita del evangelista Marcos en 6,31, los había querido llevar consigo en aquel lugar para que pudieran descansar un poco a solas con Él, pero la gente, al darse cuenta de su partida, lo siguió hasta aquel lugar.

Por su parte, Jesús no solo no se negó a nadie, sino que acogió a todos y “les hablaba del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación”. Y eso, como siempre, pero aquel día, sin advertir la gente que el sol comenzaba declinar pronto estando todavía muy lejos de cualquier pueblo. Se dieron cuenta de eso los Doce que, acercándose al Maestro, le dijeron: “Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado”.

Y es aquí que empieza el milagro de la multiplicación de los cinco panes y de los dos peces. Lo hizo Jesús, pero algo se esperaba también de sus discípulos. Mientras, de hecho, ellos, asustados por el acercarse de la noche le iban pidiendo despedir a la gente para que fueran a buscar alojamiento y comida antes que fuese demasiado tarde, Él, tranquilo, les contestó: “Dadles vosotros de comer”.

Jesús, no hace falta que se lo digan, sabe muy bien que sus discípulos no tienen más que lo necesario para Él y ellos (cinco panes y dos peces) y que, alrededor, hay unos millares de personas. ¿Por qué, entonces, les pide a ellos que alimenten a ese gentío? De hecho, será Jesús quien multiplique esos pocos alimentos, ¡pero algo habrá querido decir con eso! Y si el evangelista ha querido dejar memoria de esa petición en su evangelio, es porque tiene que ser importante también para nosotros los lectores de hoy. Ciertamente no nos pide el milagro de la multiplicación, cosa que cumplirá Él, pero, la disponibilidad a compartir lo poco que tenemos, esa sí, la pide y, de alguna forma, la necesita.

Puede ser, dicho entre paréntesis, que tampoco el hecho de ser los panes cinco y los peces dos, sea solo casual, ya que, sumados, resultan ser siete elementos. Siete, por supuesto, no es solo símbolo de la totalidad, sino también la suma de seis más uno. Seis como los dias laborales que representan al hombre, y uno, el séptimo día (el sábado), descanso de Dios y figura de su presencia en medio de la humanidad. Cinco panes y dos peces son poca cosa, son las provisiones para el grupito de los discípulos y su maestro, pero unidos a la generosidad de Dios, resultan importantes. A sus discípulos, preocupados, tal vez, de quedarse sin comer ellos mismos, Jesús les hubiera podido decir que no se preocupasen y hacer el milagro sin estos cinco panes y dos peces, pero quiso que el milagro surgiera también de la disponibilidad de los suyos a compartir lo poco que tenían.

El milagro sigue con otros detalles difíciles de entender por completo. El hecho, por ejemplo, de que Jesús quiera que la gente se ponga cómoda (“Haced que se sienten”) quiere, tal vez, subrayar el contraste con la cena pascual del éxodo consumida de pie y a toda prisa, por el peligro de ser sorprendidos por los egipcios, e insinuar que, ahora, estando el Señor en medio de nosotros, no hay que temer a nadie comiendo tranquilos a su mesa. En cambio, el querer que los grupos sean de cincuenta parece no tener ninguna relación con los grupos ordenados por Moisés en el desierto del Sinaí (Ex 18 21-25), sino más bien, al número máximo de personas admitido en las primeras asambleas cristianas.

Se hizo así, entonces. Como Jesús había mandado. Los discípulos dispusieron que se sentaran todos y, en aquel momento, tomando Jesús “los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente”. Resulta claro que, el alzar la mirada al cielo, el pronunciar la bendición sobre el alimento, la partición del mismo y el ir dándolo a los discípulos, todos son elementos que, juntos con el saciarse de la anotación final, no son gestos fortuitos. Son más bien una explícita referencia a la Eucaristía que los apóstoles y sus sucesores, preocupados al mismo tiempo de que los creyentes tengan lo suficiente para vivir, celebrarán con los cristianos reunidos en la Cena del Señor.

Como resulta claro de los abusos denunciados por Pablo (cf 1Co 11,17-34), la Cena del Señor celebrada en las primeras comunidades cristianas, se unía a una comida en común completa dónde, quién tenía en abundancia compartía con los necesitados. Sólo después, incluso manteniendo la ofrenda simbólica de los dones que, a veces, también incluye algo para los pobres, la Eucaristía se ha vuelto un ritual infelizmente separado de la vida. Una celebración que, sin embargo - en las pequeñas comunidades cristianas de un futuro no muy lejano - tendrá que recuperar esta relación de la fe con la vida, y redescubrir que una eucaristía sin compartir no tiene sentido.

El relato termina diciendo que “comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos”. En otros contextos los cestos de trozos sobrados no son doce, sino siete (Mc 8,8) e indican simplemente la abundancia que resulta del poner a disposición la poco que uno tiene. Aquí los cestos son doce, como en Mc 6,43, y ese número indica, todavía más claramente, que la pequeña contribución de cada uno de los apóstoles, junto con la fuerza de Jesús, ha sido importante.

 Bruno Moriconi, ocd