Orando con el Evangelio
P. Bruno Moriconi, o.c.d.
EVANGELIO: Mc 14,12-16. 22-26
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». 13Él envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, 14y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. 15Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí». 16Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua. […] 22Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». 23Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. 24Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. 25En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».26Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.
EVANGELIO: Mt 28,16-20
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 17 Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. 18 Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; 20 enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
EVANGELIO: Jn 15,26-27; 16,12-15
Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; 27y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. […] 12Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; 13cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. 14Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. 15Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará.
EVANGELIO: Mc 16,15-20
Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. 16El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. 17A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, 18cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».19Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. 20Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
EVANGELIO: Jn 15,9-17
9 Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. 10 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 11Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.12Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. 13Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. 14Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. 15Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 16No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. 17Esto os mando: que os améis unos a otros.
Jesús está todavía con sus discípulos, sentado en la mesa, donde ha comido con ellos su ultima cena. Está seguro de que ellos no han entendido casi nada de lo que ha hecho ni de lo que ha dicho. El acto de lavarles los pies, la bendición del pan y del vino afirmando que son su cuerpo y su sangre entregados para la remisión de sus pecados y de los de todos, a pesar de la queja de Pedro y del anuncio de la traición, parecen haberlos dejado impasibles.
A Jesús, sin embargo, no le importa que aún no le puedan entender. Él mismo, continuando con su enseñanza, se lo dirá en breve: “Muchas cosas me quedan por deciros”, dirá, “pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir” (Jn 16,12-13).
No entienden, pero Jesús quiere que sepan cuál será su misión en la tierra, cuando Él haya cumplido la suya y, vuelto al Padre, desde allí, les haya enviado al Espíritu. Muchas cosas tendrán que hacer: anunciar la buena noticia y curar a los enfermos, como había hecho Él estando con ellos, pero, sobre todo, tendrán que amarse entre ellos. Es este el mandamiento y la misión más importante, como dice claramente Jesús en los versículos que escuchamos este domingo en la eucaristía.
La palabra mandamiento, puede quizás crearnos alguna dificultad, refractarios y resistentes como somos a cualquier imposición externa; pero aquí, aunque la palabra (mandamiento) es tradicional, oculta una realidad absolutamente nueva. Primero, porque no se trata de cualquier mandamiento, sino del mandamiento de Jesús (“mi mandamiento”, lo llama expresamente) y, luego, porque consiste en amar como el Padre le ama a Él y como Él los ha amado y sigue amándonos a nosotros. No es que sea fácil, pero, contemplando este amor, se puede intentar. Lo primero que hay que hacer, como sugiere Jesús, es permanecer en ese amor.
¿Cómo?
Por medio de la oración que, como nos enseña santa Teresa de Jesús, no es otra cosa, sino “estar muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.” (Vida 8,5). Esto quiere decir el Señor cuando les pide a sus discípulos permanecer en su amor. Ya lo había expresado hablando de sí mismo como vid y de los discípulos como sarmientos. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”, había dicho. “El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante (Jn 15,5). La misión que les encomienda, aunque muy difícil, no tiene que espantarles, porque se trata de seguir a Jesús y dejarse guiar por el mismo espíritu que le llevó a Él desde el desierto de las primeras tentaciones hasta el Calvario y la Resurrección.
De esta [la Resurrección] todavía no alcanzan a comprender nada, pero los encuentros con el resucitado les llenaran de alegría, y el Espíritu les iluminará sobre el valor de su crucifixión. Por eso, ahora, Jesús les dice: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”. La alegría de amarse unos a otros como los ha amado Él en la luz de su entrega total por el bien de todos. Sabrán reconocer, cuando llegue el Espíritu, que Jesús ha muerto por amor, dando su vida por ellos y por todos, como amigo fiel.
Se lo dice a ellos en aquella noche, y nos lo sigue diciendo a nosotros a través del Evangelio leído con fe. “No os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Y, del mismo modo que Israel no había elegido a su Dios, sino que había sido el Señor quien había querido serlo [Dios de Israel], así no somos nosotros quienes elegimos al Hijo de Dios como nuestro amigo (¿Cómo, después de todo, atrevernos a tanto?), sino que es Él quien lo ha querido. Es Él quien nos ha elegido como hermanos y amigos destinándonos para que vayamos y demos fruto. Y para que no olvidemos la misión principal:“esto os mando”, concluye, “que os améis unos a otros”.
Como se puede ver claramente – en el pensamiento de Jesús – ser discípulos suyos no se cumple en los muchos rezos [a menos que estemos llamados, como los monjes en el monte, a este trabajo específico], sino en la oración, que es un “permanecer en el Amor”, y en el amor fraterno.
Lo escribe más claramente todavía el mismo autor del cuarto Evangelio en la primera de sus tres cartas con estas muy categóricas palabras: “Queridos hermanos, si Dios nos amó de esta manera[enviándonos a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados], también nosotros debemos amarnos unos a otros. Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud” (1Jn 4,8-12).
Como se ve, la permanencia de Dios en nosotros se actualiza cuando nosotros permanecemos en su amor que nos empuja hacia nuestros hermanos.
Bruno Moriconi, off