Orando con el Evangelio
P. Bruno Moriconi, o.c.d.
EVANGELIO: Lucas 12,32-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
[No temas, pequeño rebaño: porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes, y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque dónde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.]
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas: Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y si llega entrada la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre.
[Pedro le preguntó:
-Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos? El Señor le respondió:
-¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si el empleado piensa: «Mi amo tarda en llegar», y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse; llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.]
«Donde está vuestro tesoro,
allí estará también vuestro corazón»
(Lc 12,32-48)
Bruno Moriconi, ocd
Lc 12,13-21 (4 agosto 2019)
Uno de la gente dijo un día a Jesús: “Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo”. Por su parte, Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”. El problema era la distribución de las tierras entre los hijos. Siendo la familia grande, existía el peligro de que la herencia se dividiera en pequeños trozos de tierra que ya no habrían podido garantizar la supervivencia de esos bienes. Por eso, para evitar la desintegración de la herencia y mantener vivo el nombre de la familia, el primogénito recibía el doble de los demás hijos (cf. Dt 21,17 y 2Rs 2,11), como puede haber pasado en el caso de aquel hombre.
En la respuesta de Jesús ("Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”) brota la conciencia que Él tiene de su misión en este mundo. Jesús no ha sido mandado por el Padre para resolver peleas entre los parientes por las cosas materiales que tienen que resolver ellos mismos. Él ha venido para enseñar cómo administrar la verdadera riqueza que es la vida. Por ejemplo, como en este caso quiere hacer entender a través de la parábola que cuenta, que lo importante es guardarse de cualquier codicia, “que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes".
La misión de Jesús, en efecto, no consiste en sustituirnos a nosotros y solucionar los problemas de la sociedad, sino en iluminarnos sobre el sentido profundo de la vida. El valor de uno no consiste en poseer muchas cosas, sino en el ser rico dentro. Quien piensa sólo a poseer (acumulando muchos bienes), olvida la importancia del vivir como hijo del Padre (rico a los ojos de Dios). Con su comportamiento antes que con sus palabras, Jesús enseña que quien quiere ser el primero, tiene que ser el último. Que es mejor dar que recibir. Que el más grande es quien se considera el menos importante. Que salva la vida solo aquel que es capaz de darse a los demás.
Bruno Moriconi, ocd
Enséñanos a orar (Lc 11.1-3)
Bruno Moriconi, ocd
Más allá de la oración del Pater, simple y, al mismo tiempo, profundísima, en esta pieza del Evangelio de Lucas hay otra cosa aún más importante. Sólo la encontramos en este Evangelio, pero no tenemos que dejar de leerla y releerla. Podríamos considerarla una simple anotación mientras, en cambio, es la llave para entender el mismo Padre nuestro. Se trata de las primeras palabras que suenan así: “Una vez estaba [Jesús] en un lugar orando. Cuando terminó, uno de los discípulos le pidió: Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos”. El Maestro estaba orando, cuando uno de los que le seguían le pidió que enseñara a orar a sus discípulos.
Si entonces las palabras son aquellas del Pater (Cuando oréis, decid: Padre, sea respetada la santidad de tu nombre, venga tu reinado; …), la manera de decirlas y la confianza son las de Jesús. Él mismo, en efecto, aun siendo el Hijo de Dios, entrado en nuestras condiciones como nuestro hermano, necesitaba estar, en cuanto las circunstancias se lo permitían (casi siempre de noche), en intimidad con el Padre.
Cuando los discípulos le pedían que les enseñara a orar, como lo había hecho Juan Bautista con los suyos, no piensan en nuevas oraciones, sino en el modo de estar con Dios y a la necesidad de hacerlo pidiendo las cosas que el Hijo ha venido a cumplir en este nuestro mundo. Con la confianza de los hijos que preguntan sin miedo cualquier cosa, incluso sabiendo que el Padre les dará, si no la cosa solicitada en el momento, la capacidad de seguir confiando en su presencia. Éste es, en efecto, el sentido de las palabras finales de Jesús: “Si vosotros, con lo malos que sois (aun no siendo buenos), sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes lo pidan!”.
EVANGELIO: Lucas 11,1-13
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
-Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
El les dijo:
-Cuando oréis, decid: «Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.»
Y les dijo:
-Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche para decirle: «Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.» Y, desde dentro, el otro le responde: «No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme para dártelos.» Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?
EVANGELIO: Mc 10,38-42
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:
-Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.
Pero el Señor le contestó:
-Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.