Corso monache 26 giugnoOrando con el Evangelio

P. Bruno Moriconi, o.c.d.

EVANGELIO: Lucas 10,25-37

En aquel tiempo, se presentó un letrado y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
-Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
El le dijo:
-¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?
El letrado contestó:
-«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
El le dijo:
-Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.
Pero el letrado, queriendo aparecer como justo, preguntó a Jesús:
-¿Y quién es mi prójimo?
Jesús dijo:
-Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
-Cuida de él y lo que gastes de más ya te lo pagaré a la vuelta. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
El letrado contestó:
-El que practicó la misericordia con él.
Díjole Jesús:
-Anda, haz tú lo mismo.

Eran 49 en Abilinia los cristianos obligados a esconderse. No sabemos si alrededor había navajas o lunas encubridoras o los soldados prepararon emboscadas detrás de las palmeras. Seguramente, entre los 49, más de un niño lloraría indefenso y algún que otro anciano pediría fuerza a las estrellas.

Eran 49 y Diocleciano los sorprendió cuando partían el Pan, semiescondidos, bajo las hojas de un platanar donde no llegaban fácilmente los ojos de los guardias.

-Estamos comiendo, como hermanos, la flor de la Palabra que nos dejó el Maestro. Nadie puede sentirse ofendido. Partimos el Pan con la mano y lo besamos antes de comerlo para que Dios pueda llevarse también al pecho la intención del labio.

-¿Por qué hacéis esto? El emperador lo ha prohibido.

-Sí, sí, conocemos su deseo, pero sine dominico non possumus, sin el Pan del domingo no podemos vivir.

Y se llevaron a los 49 a una condena sólo justificada por el capricho de quien gobernaba el Imperio.

Testigos hubo que les oyeron cantar camino de la muerte

...Sin este Pan no se puede vivir.

No se puede vivir.

EVANGELIO: Lucas 9,11b-17

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
-Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
Él les contestó:
-Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
-No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.)
Jesús dijo a sus discípulos:
-Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

EVANGELIO: Juan 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

Hechos2, 1-11. Juan 20, 19-23

Pasan los siglos y con ellos la lentitud de lo que somos, los temas permanentes, el alma y sus paisajes de siempre: vida, muerte, amor y duda, gozo y tristeza de mirar al reloj y no saber cuando se nos clavarán las agujas.

Llega Pentecostés --el Viento de Dios que nunca estuvo ausente-- y nos sorprende otra vez desamparados. Igual que los amigos de Jesús en este intencionado evangelio de san Juan, estamos, como la tarde, a oscuras; con miedo, porque siempre hay alguien a quien sufrimos o basta con que nos suframos a nosotros mismos; tristes por las ausencias, incluso de aquellas presencias que nunca tuvimos. Y en pecado. Y en pecado...

Así aguardaban los apóstoles a la Llamas de Amor salidas del Corazón del Maestro, como lenguas que habían de lamer con fuego el frío de su soledad.

El tiempo, ese dolor que rueda con los años, nos devuelve hoy el amor de Dios como se entregan en una bandeja los deberes cumplidos: TIEMPO DE LUZ, para que veamos claro, incluso en las noches de dormidas estrellas, sabiduría de lámparas que atraviesan los muros de la enfermedad, del cansancio o la desidia; luz de libro que saca las manos de las hojas para que no falten en las palabras los abrazos. TIEMPO DE ALEGRÍA porque en Dios cesa el cansancio de los apetitos y Él, que traspasa las horas de los relojes como quien parpadea, nos cuenta cosas estremecedoras, encontrados paraísos en el Paraíso del Padre. TIEMPO DE MISERICORDIA nos trae Pentecostés, igual que el mar no se cansa de repetir su aullido y su oleaje. Bañados en el barro de la limitación, Dios nos ofrece hoy el incendio besado de un fuego que deleita. Dios le pague a Dios tanta abundancia.