“-Maestro, ¿Dónde vives? _Venid y lo veréis. Fueron… y se quedaron con Él aquél día” Jn. 1,38-39”

Jesús siempre aparece en nuestra vida de improviso. No agobia, pero se hace sentir de una manera suavemente irresistible. El camino con Él, siempre es “subiendo a Jerusalén”, aunque en el transcurso del viaje, también hay paradas para descansar “en verdes praderas” y con sombras reconfortantes, porque por ellas corre el “agua viva”, pero “el final”, se oculta a nuestra mirada escrutadora, aunque todos lo querríamos saber… Bueno, el final es Su compañía y plena posesión, lo que se oculta a nuestros ojos, es la manera concreta de cómo llegaremos a ella. Una cosa nos anima: Él no sólo nos acompaña, sino que también, a la vez, es “el Camino”. No nos queda más que decir: “¿Adónde vamos a acudir?, Tú tienes palabras de vida eterna.” “¡Yo sé de quién me he fiado!”