“Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si se le pierde una, ¿no dejará las noventa y nueve en el monte e irá en busca de la perdida?... Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.” Mt, 18

Sí, son nubes, pero ¿no parecen ovejas? Además, la foto que refleja la pequeña espadaña de la ermita que culmina, como siempre, con la cruz, la campanita que nos invita a oír su voz, las ramas de jazmín, erectas señalando al cielo. Todo este conjunto nos crea un ambiente propicio a la oración, a la intimidad con Él y a estar alegres por vernos pequeños y necesitados de que Él nos busque y nos estreche sobre su pecho.

Os invito a pasar un día de especial intimidad con Él.

Traían en una camilla a un paralítico… subieron a la azotea y, separando las losetas, lo pusieron en la camilla, delante de Jesús… dijo al paralítico: “toma tu camilla y vete a tu casa… Todos quedaron asombrados, y daban gloria a Dios, diciendo: “hoy hemos visto cosas admirables”. Lc. 5

Este trozo del evangelio es, realmente impresionante. Jesús cura al paralítico, viendo la fe de los que lo llevaban, no desaprovecha la ocasión para dar a entender a los fariseos y maestros de la ley que Él tenía potestad para perdonar pecados. También quiere enseñarles que si peligrosa es la parálisis del cuerpo, peor es la que nos proporciona apartarnos de su camino…Pero, sobre todo se quedaron admirados porque habían visto “cosas admirables.”

Eso pensé yo cuando contemplé la flor de este pacífico. Todo el matorral tiene las flores blancas, pero ésta que fotografié tiene uno de sus pétalos teñido con una banda roja.

Si el Señor permite “cosas admirables” por medio de la polinización… ¿cuánto más no hará por alguien que, fiándose de su poder, le confía su vida?

Estamos celebrando la Solemnidad de la Inmaculada y, descubrimos, con sólo leer el Evangelio del día, que la primera palabra que María escucha de boca del ángel Gabriel es: ALÉGRATE. Sí, alégrate María, porque en ti se está cumpliendo la Promesa Mesiánica, porque el Señor te llama a una misión y te pide tu consentimiento, porque estás LLENA DE GRACIA por puro Don de Dios, porque ÉL te ha elegido para que seas su MADRE, porque tú, pequeña y humilde, tendrás dentro de ti AL HIJO DEL ALTÍSIMO, porque desde ahora TE LLAMARÁN BIENAVENTURADA TODAS LAS GENERACIONES, porque EL PODER DEL ALTÍSIMO TE CUBRIRÁ CON SU SOMBRA…

María, sumida en profunda contemplación y asombro contestó: “AQUÍ ESTÁ LA ESCLAVA DEL SEÑOR, HÁGASE EN MÍ, SEGÚN TU PALABRA”

Ésta es tu historia y ésta es la nuestra, la que esperamos alcanzar por pura gracia suya. Gracias, Madre, porque en ti vemos reflejada la obra que el PADRE quiere hacer con cada uno de nosotros.

“Dos ciegos se le acercaron a Jesús gritando: “ten compasión con nosotros, hijo de David” … y Jesús les dijo: ¿”creéis que puedo hacerlo”? Contestaron: “Sí, Señor”. Entonces les tocó los ojos diciendo: “Que os suceda conforme a vuestra fe”

La fe es un don de Dios, pero la fe hay que alimentarla “mirando siempre al Cielo”, como la espadaña de nuestro convento, que ahí permanece erecta, apuntando hacia arriba y culminando con la Cruz. Detrás de ella se esconde, el Sol que le concede Luz a nuestros ojos todos los días, para que no decaiga nuestro ánimo cuando no vemos y para aumentar nuestra alegría cuando vemos.

La vida se nos presenta fácil en este tiempo de Esperanza. Lo miramos a Él y confiamos en su poder sin dejar de mirar al Cielo.

“No todo el que me dice: “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en el Cielo” Mt. 7,21

¿Cómo podemos estar seguros de cumplir la voluntad del Padre?, porque muchas veces manipulamos a Dios y le “hacemos decir” lo que nosotros queremos oír.

La foto con la que hoy oramos nos puede servir de ejemplo. Son unas clavellinas bellísimas en las que Dios se desbordó dándoles belleza, colorido, lozanía…, pero imaginemos que ellas hubieran querido ser un río caudaloso, o el risco empinado de una montaña escarpada o quizás, un frondoso cedro del Líbano. Seguramente estarían decepcionadas y, sobre todo, estarían echando de menos lo que no tenían, sin disfrutar lo que se les había regalado sin haberlo deseado.

Eso es lo que nos quiere decir la Palabra de hoy. De nada nos sirve “decir: Señor, Señor”, si no le preguntamos continuamente: ¿Qué quieres de mí y para qué misión me has creado?

Vivamos en continua acción de gracias y disfrutemos de lo que Dios nos da, para que seamos reflejo suyo ante los hombres.