Una maceta a reventar de clavellinas floridas, con ese color fucsia que se debate entre el rojo y el rosa. Para permanecer tan bella durante todos los días del año, sólo necesita sol y riego diario.

Hay en la vida elementos imprescindibles que hacen posible lo que nos parece que nunca se va a realizar y, a veces estos, elementos están tan devaluado y desprestigiados que los hemos borrado de nuestro disco duro sólo porque necesitan tesón y fidelidad.

Pero la fidelidad de Dios, es impresionante y Él, sorprendentemente, nos la transmite a nosotros si se lo pedimos y queremos recibirla.

Una gota de agua constante puede horadar una roca; un beso continuado, ha desgastado el Pilar de Zaragoza y el talón del pie del Gran Poder. No hay nada que emocione más, que dos ancianos cogidos de la mano y que se miran sin decirse nada, porque ya se lo dijeron todo y se siguen amando…

Si conseguimos valorar la interioridad y esforzarnos por “hacer costumbre de practicarla,” posiblemente estemos poniendo nuestro granito de arena para salvar este mundo de “papel” que ahora vivimos.


“-Maestro, ¿Dónde vives? _Venid y lo veréis. Fueron… y se quedaron con Él aquél día” Jn. 1,38-39”

Jesús siempre aparece en nuestra vida de improviso. No agobia, pero se hace sentir de una manera suavemente irresistible. El camino con Él, siempre es “subiendo a Jerusalén”, aunque en el transcurso del viaje, también hay paradas para descansar “en verdes praderas” y con sombras reconfortantes, porque por ellas corre el “agua viva”, pero “el final”, se oculta a nuestra mirada escrutadora, aunque todos lo querríamos saber… Bueno, el final es Su compañía y plena posesión, lo que se oculta a nuestros ojos, es la manera concreta de cómo llegaremos a ella. Una cosa nos anima: Él no sólo nos acompaña, sino que también, a la vez, es “el Camino”. No nos queda más que decir: “¿Adónde vamos a acudir?, Tú tienes palabras de vida eterna.” “¡Yo sé de quién me he fiado!”


La puesta y la salida del sol, son espectáculos singulares que cada día el Señor nos ofrece para que nos deleitemos con ellos. Si nos fijamos, siempre son distintos y hay en ellos un matiz o una particularidad capaz de suscitar en nosotros el asombro ante lo más inesperado. Ésta que estamos contemplando es la que tuvo lugar el Viernes Santo de este año 2019. Parece que Dios quiso plasmar en el cielo, en el momento del crepúsculo, una parábola de lo que celebrábamos ese día. “Las sombras” querían acabar, definitivamente con la Luz y, la manera más eficaz de conseguirlo era “tragándosela”. Pensaba ella, en su insensatez, que sería una buena forma de deshacerse denla LUZ.

¡Cuánta falacia en el razonamiento! El Sol se dejó engullir. Aparentemente la batalla estaba ganada. Lo que no podía suponer la “oscuridad”, es que esta vez era ella la que había caído en la trampa de “morder la manzana”.

Sólo pasaron tres días. La “oscuridad” fue destruida y surgió LA LUZ INDEFICIENTE, la que no conoce el ocaso.


Cuando miro esta foto, quizás lo único que se me viene a la vista son esas ramas secas que estropean el seto de arrayanes que bordean el jardín de la entrada de la casa, pero esto no es la realidad. Ese seto es hermoso y en él lo que abundan, son las ramas verdes.

Eso nos pasa a veces con las personas. Sólo nos fijamos en las ramillas secas, sin reparar en la cantidad de ramas verdes que los demás poseen.

Esta actitud nos hace daño a nosotros mismo, es como si nos estuviéramos agrediendo, pues al juzgar al otro, creamos en nuestro interior sentimientos negativos que no nos benefician haciéndonos entrar en un estado de agitación e incluso de malestar físico, producido por el juicio que hacemos. Además, todos tenemos en nuestro actuar ramas verdes y ramas secas.

Sería bueno que hoy empezáramos a potenciar todas las ramas verdes de nuestros setos interiores, pensando que las secas, que realmente existen, no son las constitutivas de nuestra persona, sino que se pueden podar, aunque duelan, y en su lugar volverán a salir ramas hermosas.


41-Uvas, espigas, delicadas florecillas blancas, una base de tuyas, un centro de plata sobre una pequeña columna de mármol y unas ramas de hiedra que caen airosamente. Todo es un símbolo eucarístico que, desde luego, se queda pequeño para sostener tanta hondura y tanto significado.

La Eucaristía es el sostén de nuestras vidas -como la columna de mármol- el momento más álgido del día en el que, sin saber cómo, Él nos abraza, nos reconstruye, nos penetra y, además, nos permite que podamos unirnos tan indisolublemente que, aunque lo repitamos a diario, somos incapaces de comprender el incalculable don que para nosotros significa.

Vivámosla durante todo el día, no salgamos de su presencia, traigamos esta experiencia una y otra vez a nuestra mente y nunca experimentaremos qué es el hambre ni la sed.