Las flores que constituyen la hermosura de este arco, si las miras individualmente, son pequeñas, sin olor y con escaso poder ornamental, vista una a una, pero lo que no puede la individualidad lo consigue la colectividad.

Somos seres hechos para la comunión, pero parece que aún no lo hemos descubierto o no queremos darnos cuenta, de la fuerza que tiene la unión y la solidaridad y del enriquecimiento que estos valores nos aportan.

El arco es realmente bello, como bellos serían todos los pequeños esfuerzos que cada uno de nosotros podemos aportar que, si los uniéramos, quedaríamos asombrados al comprobar cómo cambiaría el mundo. Ayer se abrió el Sínodo de la Amazonia. Todos orando con la vista puesta en este evento, podemos conseguir que el Espíritu Santo inspire a la Iglesia los “nuevos caminos” que tenemos que transitar para que la noticia de que Cristo está Vivo, llegue a los rincones más recónditos e inaccesible de la Tierra.


Estamos los dos solos, ni siquiera existe el firmamento. Nuestros únicos testigos son la paz y el silencio, arrullados por el rítmico sonar de las olas. Mi arena te espera desprovista de otros pensares. Está aguardando tu llegada, ahora que nadie va a pisarla. Sólo estoy para ti, porque te necesito. Ansío la caricia de tus olas espumantes. Vengo cansada de bregar con mis defectos, con mis proyectos fallidos, con los sueños que nunca llegan… No me dejes salir de tu presencia. Ella me reconstruye y yo sé que también lo hace con mis hermanos, todos los demás granos de arena que poblamos las playas de este mundo. Muchos de ellos ni siquiera saben que te necesitan, otros te ignoran y un buen número, me da pena decirlo, te odian o te desprecian… No dejes de regar las arenas con tus olas serenas, para que también ellos sientan tu alivio reconfortante en los ardores de su vida.


El soporte de las macetas es un manzano que desde el principio nació enfermo, ya que sus frutos eran raquíticos y además se caían antes de madurar. El jardinero ya estaba dispuesto a cortarlo y, de hecho, ya había cortado parte de sus ramas más enclenques, pero se le ocurrió una idea mejor: colgar en sus ramas desmochadas unas macetas que ornamentaran el tronco casi seco.

Eso haces Tú con nosotros. Lo que nos parece que nos aplasta, lo que no nos gusta, lo que no nos sirve, lo que, si pudiéramos lo quitaríamos de nuestra vista, Tú lo vistes de Ti y lo hermoseas. Si nuestros ojos no lo ven, sí que alegran los ojos de los demás. Así te pasas la vida: amando, regalando y recreando, sin que lo detectemos.


Cuando vivimos nuestra vida de una manera más consciente, descubrimos que casi todos los acontecimientos que vivimos tienen un preludio, como éste que contemplamos en el que, aunque el sol no ha aparecido todavía, ya nos anuncia su llegada tiñendo de rosa las nubecillas del amanecer.

Estamos ante el preludio de un nuevo día. La melodía que hoy vamos a escuchar no la conocemos, porque su partitura está en las manos del Padre que, cuidadosamente, la ha escrito para cada uno de nosotros. Son únicas e intransferibles, por lo tanto, no es el momento de “pedir” sino el de “aceptar, “de “agradecer”, de “saborear” porque, además, su obra es lo más conveniente para cada uno en este momento. Ojalá el Señor nos conceda ser barro moldeable en sus manos para que al final de día, podamos decir como el salmista: “Alabad al Señor, que la música es buena, nuestro Dios merece una alabanza armoniosa” Salmo 146.


Hablando Moisés con Yahveh le dijo: “Déjame ver tu rostro”, Él le contesto: “Yo haré pasar ante ti todo mi esplendor… verás mi espalda, porque mi rostro no lo puedes ver (Ex. 33,18. 23).

Si una de las señales que nos anuncian tu rostro puede ser la admiración que nos suscita contemplar las obras de tus manos, observando la combinación de colores y luminosidades que en este día plasmaste en el cielo y, concediéndome la oportunidad de poder fotografiarlas en el momento justo, ya puedo decir que ese día “vi tu rostro”.