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Este conjunto de plantas nos muestra lo exuberante y bella que es la vida, teniendo en cuenta que su principal encanto es justamente la delicada composición de lo diferente. Cuando se vive en familia, en el trabajo, en la sociedad, en la comunidad o en cualquier grupo de personas, cuando sabemos acoger, aceptar e incluso amar “la diferencia”, vemos cómo todo cambia a nuestros ojos, y la vida es más serena y llevadera. Esto parece fácil, pero es la piedra de tropiezo donde todos, sin excepción, caemos.
Si somos coherentes con nosotros mismos, no tenemos más remedio que admitir que, por más belleza que haya en un detalle concreto, la repetición constante de ese detalle tan bello, nos haría entrar en la monotonía, y el detalle perdería importancia e incluso valor. Sin embargo, la diversidad tiene un precio y la mayor parte de las veces, no estamos dispuestos a pagarlo, porque es perder parte de nuestro punto de vista y contemplar el punto de vista del que es distinto a nosotros, para poder, con el diálogo, llegar a una solución intermedia. Podría ser éste, el motivo que hoy haga fluir nuestra reflexión ante el Señor.
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