Luz y sombra; la soledad y el silencio de un claustro que te habla de una compañía tan habitada; un pozo encalado que nos recuerda “las corrientes de agua viva” y… ¿por qué encerrada detrás de una reja con todas las cosas que hay que hacer en el mundo? Nos pregunta la gente que se topa con nosotras.

Si conocieran el don de Dios…

¡Qué bien sé yo la fonte, / que mana y corre/ aunque es de noche/! Escribía el gran Poeta Santo, Juan de la Cruz en su oscura cárcel de Toledo. Y es que él, ante la dificultad para ver con claridad con los ojos del cuerpo, abría los ojos del alma y experimentaba por todos los poros de su piel, lo que es estar tan cerca de Ti, que todas las cosas que te rodean entran en la penumbra más oscura de este mundo, pero tu Luz las inunda por dentro.

Esto es lo que se observa en la foto de hoy. El mundo se viste de oscuridad. Inútilmente quieres adivinar el paisaje, pero todo se debate en la sombra, ya que el sol camina hacia el ocaso, aunque todavía regala con su resplandor el borde de esas nubes que parecen interponerse en su camino.

Pero Tú volverás mañana con nuevo resplandor, con nueva vida, con todo tu Ser repleto de entusiasmo y de alegría nueva. Sin nubes, sin sombras. Tú nos darás un nuevo día con sabor a Ti, ese sabor que hace el milagro de no sumirnos en la “depresión” de este mundo gris y macilento que vivimos, sino proclamando al mundo, como lo hizo Juan de la Cruz que la vida merece vivirse cuando se te experimenta dentro.

Dijo Jesús a la gente: Os parecéis a los niños sentados en la plaza que gritan a otros: “hemos tocado flauta y no bailáis, hemos cantado lamentaciones y no lloráis... (Mt, 11)

¿Cómo no decir este reproche a los humanos que miran al cielo y no descubren ni la belleza de la obra de Dios, en esas nubes que parecen brochazos hechos de algodón, ni los adelantos de la técnica, como el rastro del avión que acaba de pasar? Somos algo así como los esos niños del Evangelio que no reaccionan ante ningún estímulo o como los ídolos que, tienen ojos y no ven tienen orejas y no oyen…

El Evangelio de hoy termina diciendo: “los hechos dan razón a la sabiduría de Dios” El Jesús, que en este tiempo de adviento esperamos, es esa sabiduría que nos permite descubrirlo en el más pequeño de sus signos.

“Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el Reino de los Cielos, es más grande que él” (Mt. 11,11)

Una de las tres figuras importantes del adviento es Juan el Bautista, él es un profeta que hace de puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Un hombre austero que vivía en el desierto se alimentaba de miel silvestre y langostas… Pero sobre todo es el hombre que Lo esperaba, que supo reconocerLo entre la fila de “pecadores” que iban a bautizarse, que Lo señaló a sus discípulos para que Le siguieran…

La foto de hoy nos muestra una tierra yerma y sin camino, como el desierto donde vivía Juan, como nuestra vida cuando dejamos su senda. Más nos vale ir detrás de Él preguntándole:” Maestro ¿dónde vives?” Y siguiéndole, nos quedemos con Él.

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré… y encontraréis vuestro descanso” Mt. 11, 28-30

Esta promesa se cumple de verdad, y yo doy fe de ello. La vida tiene sus bajadas y subidas, sus noches y sus días, sus curvas y sus “rectas interminables” que, a veces te hacen entrar en el tedio, pero… Tenerle a Él, contar con su presencia segura, incluso cuando no lo ves por ningún sitio, constatar su amor incondicional… todo eso es “una pasada”.

Una silla de la que usaban nuestras abuelas, una sombrita confortable, una hiedra plantada en un caldero antiguo, incluso contando con los desconchones producidos por la humedad y el paso del tiempo; todo eso nos invita a descansar, de esta vida ajetreada que nos aprisiona.