Teresa, antes de seguir contando sus fundaciones, considera urgente dar algunos avisos a las prioras de los monasterios ya fundados.
Adelanta una clave para no caer en engaños: ir con “limpia conciencia y obediencia” (nº 2). Advierte del mal que puede hacer la “imaginación y malos humores”… “porque el natural de las mujeres es flaco, y el amor propio que reina en nosotras muy sutil” (nº 2). Esto puede conducirnos a autoengaño, si bien Dios sabe sacar siempre bienes de los males, y la persona sale aprovechada y experimentada de la prueba.
Irrumpe Teresa con una pregunta que compromete a Dios y nos espolea a creer en su fidelidad, al mismo tiempo que a azuzar la nuestra, buscando sólo contentar y regalarse con Él (nº 4). Humildad, siempre humildad para andar por este camino.
Lo que pretende Teresa en Fundaciones es narrar las grandezas de la Divina Majestad en “estas mujercitas flacas, aunque fuertes en los deseos y en el desasirse de todo lo criado” (nº 5).
Nos alerta Teresa a no descuidarnos y tener presente que somos “cimiento de los que están por venir” (nº 6). Que tenemos la responsabilidad de mantener firme el edificio, de procurar “ser piedra tal, con que se torne a levantar el edificio, que el Señor ayudará para ello” (nº 7).
Este capítulo trata de algunas mercedes que el Señor hace a las monjas de estos monasterios, y dase aviso a las prioras de cómo se ha de haber en ellas.
1. Hame parecido, antes que vaya más adelante (porque no sé el tiempo que el Señor me dará de vida ni de lugar, y ahora parece tengo un poco), de dar algunos avisos para que las prioras se sepan entender y lleven las súbditas con más aprovechamiento de sus almas, aunque no con tanto gusto suyo.
Hase de advertir que cuando me han mandado escribir estas fundaciones (dejado la primera de San José de Avila, que se escribió luego), están fundados, con el favor del Señor, otros siete hasta el de Alba de Tormes, que es el postrero de ellos; y la causa de no se haber fundado más, ha sido el atarme los prelados en otra cosa, como adelante se verá.
2. Pues mirando a lo que sucede de cosas espirituales en estos años en estos monasterios, he visto la necesidad que hay de lo que quiero decir. Plega a nuestro Señor que acierte conforme a lo que veo es menester. Y pues no son engaños, es menester no estén los espíritus amedrentados. Porque, como en otras partes he dicho, en algunas cosillas que para las hermanas he escrito, yendo con limpia conciencia y con obediencia, nunca el Señor permite que el demonio tenga tanta mano que nos engañe de manera que pueda dañar el alma; antes viene él a quedar engañado. Y como esto entiende, creo no hace tanto mal como nuestra imaginación y malos humores, en especial si hay melancolía; porque el natural de las mujeres es flaco, y el amor propio que reina en nosotras muy sutil. Y así han venido a mí personas, así hombres como mujeres, muchas, junto con las monjas de estas casas, adonde claramente he conocido que muchas veces se engañan a sí mismas sin querer. Bien creo que el demonio se debe entremeter para burlarnos; mas de muy muchas que, como digo, he visto, por la bondad del Señor no he entendido que las haya dejado de su mano. Por ventura quiere ejercitarlas en estas quiebras para que salgan experimentadas.
3. Están, por nuestros pecados, tan caídas en el mundo las cosas de oración y perfección, que es menester declararme de esta suerte; porque, aun sin ver peligro, temen de andar este camino, ¿qué sería si dijésemos alguno? Aunque, a la verdad, en todo le hay y para todo es menester, mientras vivimos, ir con temor y pidiendo al Señor nos enseñe y no desampare. Mas, como creo dije una vez, si en algo puede dejar de haber muy menos peligro es en los que más se llegan a pensar en Dios y procuran perfeccionar su vida.
4. Como, Señor mío, vemos que nos libráis muchas veces de los peligros en que nos ponemos, aun para ser contra Vos, ¿cómo es de creer que no nos libraréis, cuando no se pretende cosa más que contentaros y regalarnos con Vos? Jamás esto puedo creer. Podría ser que por otros juicios secretos de Dios permitiese algunas cosas que así como así habían de suceder; mas el bien nunca trajo mal. Así que esto sirva de procurar caminar mejor el camino, para contentar mejor a nuestro Esposo y hallarle más presto, mas no de dejarle de andar; y para animarnos a andar con fortaleza camino de puertos tan ásperos, como es el de esta vida, mas no para acobardarnos en andarle. Pues, en fin, fin, yendo con humildad, mediante la misericordia de Dios, hemos de llegar a aquella ciudad de Jerusalén, adonde todo se nos hará poco lo que se ha padecido, o nonada, en comparación de lo que se goza.
5. Pues comenzando a poblarse estos palomarcitos de la Virgen nuestra Señora, comenzó la divina Majestad a mostrar sus grandezas en esta mujercitas flacas, aunque fuertes en los deseos y en el desasirse de todo lo criado, que debe ser lo que más junta el alma con su Criador, yendo con limpia conciencia. Esto no había menester señalar, porque si el desasimiento es verdadero, paréceme no es posible sin él no ofender al Señor. Como todas las pláticas y trato no salen de él, así Su Majestad no parece se quiere quitar de con ellas. Esto es lo que veo ahora y con verdad puedo decir. Teman las que están por venir y esto leyeren; y si no vieren lo que ahora hay, no lo echen a los tiempos, que para hacer Dios grandes mercedes a quien de veras le sirve, siempre es tiempo, y procuren mirar si hay quiebra en esto y enmendarla.
6. Oigo algunas veces de los principios de las órdenes decir que, como eran los cimientos, hacía el Señor mayores mercedes a aquellos santos nuestros pasados. Y es así. Mas siempre habíamos de mirar que son cimientos de los que están por venir. Porque si ahora los que vivimos, no hubiésemos caído de lo que los pasados, y los que viniesen después de nosotros hiciesen otro tanto, siempre estaría firme el edificio. ¿Qué me aprovecha a mí que los santos pasados hayan sido tales, si yo soy tan ruin después, que dejo estragado con la mala costumbre el edificio? Porque está claro que los que vienen no se acuerdan tanto de los que ha muchos años que pasaron, como de los que ven presentes. Donosa cosa es que lo eche yo a no ser de las primeras, y no mire la diferencia que hay de mi vida y virtudes a la de aquéllos a quien Dios hacía tan grandes mercedes. No trato de los que fundan las Religiones, que como los escogió Dios para gran oficio, dioles más gracia.
7. ¡Oh válgame Dios! ¡Qué disculpas tan torcidas y qué engaños tan manifiestos! Pésame a mí, mi Dios, de ser tan ruin y tan poco en vuestro servicio; mas bien sé que está la falta en mí, de no me hacer las mercedes que a mis pasados. Lastímame mi vida, Señor, cuando la cotejo con la suya y no lo puedo decir sin lágrimas. Veo que he perdido yo lo que ellos trabajaron y que en ninguna manera me puedo quejar de Vos; ni ninguna es bien que se queje, sino que, si viere va cayendo en algo su Orden, procure ser piedra tal con que se torne a levantar el edificio, que el Señor ayudará para ello.
8. Pues tornando a lo que decía -que me he divertido mucho- son tantas las mercedes que el Señor hace en estas casas, que si hay una o dos en cada una que la lleve Dios ahora por meditación, todas las demás llegan a contemplación perfecta; algunas van tan adelante, que llegan a arrobamiento. A otras hace el Señor merced por otra suerte, junto con esto de darles revelaciones, y visiones, que claramente se entiende ser de Dios; no hay ahora casa que no haya una o dos o tres de éstas. Bien entiendo que no está en esto la santidad, ni es mi intención loarlas solamente; sino para que se entienda que no es sin propósito los avisos que quiero decir.