La Santa dirige este capítulo especialmente a las prioras y maestras de novicias; sin embargo, siguiendo su espíritu nos podemos beneficiar todos.
Este capítulo responde a una situación y contexto especial, propio de aquel tiempo (algunos casos), nos puede ayudar bastante para mirar nuestra propia libertad de espíritu en nuestra relación con el Señor y estar atentas a nuestros propios autoengaños, a buscarnos y buscar gustos y regalos en la oración, olvidándonos del Señor. Es decir, perdiendo el centro de nuestra vida y terminar centrados en nosotros, en lo que nos pasa en la oración, es andar y crecer en verdad delante de Dios y uno mismo; que como acontece con muchas prácticas de meditación se busca el bienestar personal. En la oración teresiana se potencia una relación de amistad con Quien sabemos nos ama, con Quien sabemos nos habita y está presente siempre con nosotros y en nosotros.
En el trasfondo de este capítulo se puede descubrir ese tinte especial de la Santa como maestra que procura atender a la formación de la persona, en esos detalles que a otros pueden escapar. Ella agudiza su entendimiento buscando comprender las situaciones de embebecimiento que ve se están produciendo con frecuencia y sabe que en esto algo no anda bien. Así intenta dar luz en estas situaciones y da algunas recomendaciones que buscan “educar” a la persona en la relación que tiene con el Señor. Y, al mismo tiempo que ayuda con su claridad para andar en verdad, descubrir los engaños de cara a sí mismo y a los demás; ser dueños y señores de nosotras mismas y no de un yo que esclaviza.
Avisa los daños que puede causar a gente espiritual no entender cuándo ha de resistir al espíritu. Trata de los deseos que tiene el alma de comulgar. El engaño que puede haber en esto. Hay cosas importantes para las que gobiernan estas casas.
1. Yo he andado con diligencia procurando entender de dónde procede un embebecimiento grande que he visto tener a algunas personas a quien el Señor regala mucho en la oración, y por ellas no queda el disponerse a recibir mercedes. No trato ahora de cuando un alma es suspendida y arrebatada de Su Majestad, que mucho he escrito en otras partes de esto, y en cosa semejante no hay que hablar, porque nosotros no podemos nada, aunque hagamos más por resistir, si es verdadero arrobamiento. Hase de notar que en éste dura poco la fuerza que nos fuerza a no ser señores de nosotros. Mas acaece muchas veces comenzar una oración de quietud, a manera de sueño espiritual, que embebece el alma de manera que, si no entendemos cómo se ha de proceder aquí, se puede perder mucho tiempo y acabar la fuerza por nuestra culpa y con poco merecimiento.
2. Querría saberme dar aquí a entender, y es tan dificultoso, que no sé si saldré con ello; mas bien sé que, si quieren creerme, lo entenderán las almas que anduvieren en este engaño. Algunas sé que se estaban siete u ocho horas, y almas de gran virtud, y todo les parecía era arrobamiento; y cualquier ejercicio virtuoso las cogía de tal manera que luego se dejaban a sí mismas, pareciendo no era bien resistir al Señor; y así poco a poco se podrán morir o tornar tontas, si no procuran el remedio. Lo que entiendo en este caso es, que como el Señor comienza a regalar el alma y nuestro natural es tan amigo de deleite, empléase tanto en aquel gusto, que ni se querría menear ni por ninguna cosa perderle. Porque, a la verdad, es más gustoso que los del mundo, y cuando acierta en natural flaco o de su mismo natural el ingenio (o por mejor decir, la imaginación) no variable, sino que aprehendiendo en una cosa se queda en ella sin más divertir, como muchas personas, que comienzan a pensar en una cosa, aunque no sea de Dios, se quedan embebidas o mirando una cosa sin advertir lo que miran: una gente de condición pausada, que parece de descuido se les olvida lo que van a decir; así acaece acá, conforme a los naturales o complexión o flaqueza, o que si tienen melancolía, harálas entender mil embustes gustosos.
3. De este humor hablaré un poco adelante; mas aunque no le haya, acaece lo que he dicho, y también en personas que de penitencia están gastadas, que -como he dicho- en comenzando el amor a dar gusto en el sentido, se dejan tanto llevar de él, como tengo dicho. Y a mi parecer, amarían muy mejor no dejándose embobar, que en este término de oración pueden muy bien resistir.
Porque como cuando hay flaqueza se siente un desmayo que ni deja hablar ni menear, así es acá si no se resiste; que la fuerza del espíritu, si está flaco el natural, le coge y sujeta.
4. Podránme decir que qué diferencia tiene esto de arrobamiento, que lo mismo es, al menos al parecer. Y no les falta razón, mas no al ser. Porque en arrobamiento o unión de todas las potencias como digo- dura poco y deja grandes efectos y luz interior en el alma con otras muchas ganancias, y ninguna cosa obra el entendimiento, sino el Señor es el que obra en la voluntad. Acá es muy diferente; que, aunque el cuerpo está preso, no lo está la voluntad, ni la memoria ni entendimiento, sino que harán su operación desvariada, y por ventura, si han asentado en una cosa, aquí darán y tomarán.
5. Yo ninguna ganancia hallo en esta flaqueza corporal -que no es otra cosa-, salvo que tuvo buen principio; mas sirva para emplear bien este tiempo, que tanto tiempo embebidas; mucho más se puede merecer con un acto y con despertar muchas veces la voluntad para que ame más a Dios, que no dejarla pausada. Así aconsejo a las prioras que pongan toda la diligencia posible en quitar estos pasmos tan largos; que no es otra cosa, a mi parecer, sino dar lugar a que se tullan las potencias y sentidos para no hacer lo que su alma les manda; y así la quitan la ganancia que, andando cuidadosos, le suelen acarrear. Si entiende que es flaqueza, quitar los ayunos y disciplinas (digo los que no son forzosos, y a tiempo puede venir que se puedan todos quitar con buena conciencia), darle oficios para que se distraiga.
6. Y aunque no tenga estos amortecimientos, si trae muy empleada la imaginación, aunque sea en cosas muy subidas de oración, es menester esto, que acaece algunas veces no ser señoras de sí. En especial, si han recibido del Señor alguna merced trasordinaria o visto alguna visión, queda el alma de manera que le parecerá siempre la está viendo, y no es así, que no fue más de una vez. Es menester quien se viere con este embebecimiento muchos días, procurar mudar la consideración; que, como sea en cosas de Dios, no es inconveniente más que estén en uno que en otro, como se empleen en cosas suyas, y tanto se huelga algunas veces que consideren sus criaturas y el poder que tuvo en criarlas, como pensar en el mismo Criador.
7. ¡Oh desventurada miseria humana, que quedaste tal por el pecado, que aun en lo bueno hemos menester tasa y medida para no dar con nuestra salud en el suelo de manera que no lo podamos gozar! Y verdaderamente conviene a muchas personas, en especial a las de flacas cabezas o imaginación, y es servir más a nuestro Señor y muy necesario entenderse. Y cuando una viere que se le pone en la imaginación un misterio de la Pasión o la gloria del cielo o cualquier cosa semejante, y que está muchos días que, aunque quiere, no puede pensar en otra cosa ni quitar de estar embebida en aquello, entienda que le conviene distraerse como pudiere; si no, que vendrá por tiempo a entender el daño, y que esto nace de lo que tengo dicho: o flaqueza grande corporal, o de la imaginación, que es muy peor. Porque así como un loco si da en una cosa no es señor de sí, ni puede divertirse ni pensar en otra, ni hay razones que para esto le muevan, porque no es señor de la razón, así podría suceder acá, aunque es locura sabrosa, o que si tiene humor de melancolía, puédele hacer muy gran daño. Yo no hallo por dónde sea bueno, porque el alma es capaz para gozar del mismo Dios. Pues si no fuese alguna cosa de las que he dicho, pues Dios es infinito, ¿por qué ha de estar el alma cautiva a sola una de sus grandezas o misterios, pues hay tanto en que nos ocupar? Y mientras en más cosas quisiéremos considerar suyas, más se descubren sus grandezas.
8. No digo que en una hora ni aun en un día piensen en muchas cosas, que esto sería no gozar por ventura de ninguna bien; que como es cosas tan delicadas, no querría que pensasen lo que no me pasa por pensamiento decir, ni entendiesen uno por otro. Cierto, es tan importante entender este capítulo bien, que aunque sea pesada en escribirle, no me pesa, ni querría le pesase a quien no le entendiere de una vez, leerle muchas, en especial las prioras y maestras de novicias que han de guiar en oración a las hermanas. Porque verán, si no andan con cuidado al principio, el mucho tiempo que será después menester para remediar semejantes flaquezas.
9. Si hubiera de escribir lo mucho de este daño que ha venido a mi noticia, vieran tengo razón de poner en esto tanto. Una sola quiero decir y por ésta sacarán las demás: están en un monasterio de éstos una monja y una lega, la una y la otra de grandísima oración, acompañada de mortificación y humildad y virtudes, muy regaladas del Señor, y a quien comunica de sus grandezas; particularmente tan desasidas y ocupadas en su amor, que no parece, aunque mucho las queramos andar a los alcances, que dejan de responder, conforme a nuestra bajeza, a las mercedes que nuestro Señor les hace. He tratado tanto de su virtud, porque teman más las que no la tuvieren. Comenzáronles unos ímpetus grandes de deseo del Señor, que no se podían valer. Parecíales se les aplacaba cuando comulgaban, y así procuraban con los confesores fuese a menudo, de manera que vino tanto a crecer esta su pena, que si no las comulgaban cada día, parecía que se iban a morir. Los confesores, como veían tales almas y con tan grandes deseos, aunque el uno era bien espiritual, parecióle convenía este remedio para su mal.
10. No paraba sólo en esto, sino que a la una eran tantas sus ansias, que era menester comulgar de mañana para poder vivir, a su parecer; que no eran almas que fingieran cosa, ni por ninguna de las del mundo dijeran mentira. Yo no estaba allí y la priora escribióme lo que pasaba y que no se podía valer con ellas, y que personas tales decían que, pues no podían más, se remediasen así. Yo entendí luego el negocio, que lo quiso el Señor; con todo, callé hasta estar presente, porque temí no me engañase, y a quien lo aprobaba era razón no contradecir hasta darle mis razones.
11. El era tan humilde, que luego como fui allá y le hablé, me dio crédito. El otro no era tan espiritual, ni casi nada en su comparación; no había remedio de poderle persuadir. Mas de éste se me dio poco, por no le estar tan obligada. Yo las comencé a hablar y a decir muchas razones, a mi parecer bastantes para que entendiesen era imaginación el pensar se morirían sin este remedio. Teníanla tan fijada en esto, que ninguna cosa bastó ni bastara llevándose por razones. Ya yo vi era excusado, y díjeles que yo también tenía aquellos deseos y dejaría de comulgar, porque creyesen que ellas no lo habían de hacer sino cuando todas; que nos muriésemos todas tres, que yo tendría esto por mejor que no que semejante costumbre se pusiese en estas casas, adonde había quien amaba a Dios tanto como ellas, y querrían hacer otro tanto.
12. Era en tanto extremo el daño que ya había hecho la costumbre, y el demonio debía entremeterse, que verdaderamente, como no comulgaron, parecía que se morían. Yo mostré gran rigor, porque mientras más veía que no se sujetaban a la obediencia (porque, a su parecer, no podían más), más claro vi que era tentación. Aquel día pasaron con harto trabajo; otro, con un poco menos, y así fue disminuyendo de manera que, aunque yo comulgaba, porque me lo mandaron (que veíalas tan flacas que no lo hiciera), pasaba muy bien por ello.
13. Desde a poco, entendieron ellas y todas la tentación y el bien que fue remediarlo con tiempo; porque de aquí a poco más sucedieron cosas en aquella casa de inquietud con los prelados (no a culpa suya; adelante podrá ser diga algo de ello), que no tomaran a bien semejante costumbre, ni la sufrieran.
14. ¡Oh, cuántas cosas pudiera decir de éstas! Sola otra diré. No era en monasterio de nuestra Orden, sino de bernardas. Estaba una monja, no menos virtuosa que las dichas; ésta con muchas disciplinas y ayunos vino a tanta flaqueza, que cada vez que comulgaba o había ocasión de encenderse en devoción, luego era caída en el suelo, y así se estaba ocho o nueve horas, pareciendo a ella y a todas era arrobamiento. Esto le acaecía tan a menudo, que si no se remediara, creo viniera en mucho mal. Andaba por todo el lugar la fama de los arrobamientos; a mí me pesaba de oírlo, porque quiso el Señor entendiese lo que era, y temía en lo que había de parar. Quien la confesaba a ella era muy padre mío, y fuémelo a contar. Yo le dije lo que entendía y cómo era perder tiempo e imposible ser arrobamiento, sino flaqueza; que la quitase los ayunos y disciplinas y la hiciese divertir. Ella era obediente; hízolo así. Desde a poco que fue tomando fuerza, no había memoria de arrobamiento; y si de verdad lo fuera, ningún remedio bastara hasta que fuera la voluntad de Dios; porque es tan grande la fuerza del espíritu, que no bastan las nuestras para resistir, y -como he dicho- deja grandes efectos en el alma; esotro, no más que si no pasase, y cansancio en el cuerpo.
15. Pues quede entendido de aquí que todo lo que nos sujetare de manera que entendamos no deja libre la razón, tengamos por sospechoso y que nunca por aquí se ganará la libertad de espíritu; que una de las cosas que tiene es hallar a Dios en todas las cosas y poder pensar en ellas. Lo demás es sujeción de espíritu y, dejado el daño que hace al cuerpo, ata al alma para no crecer; sino como cuando van en un camino y entran en un trampal o atolladero, que no pueden pasar de allí, en parte hace así el alma, la cual, para ir adelante, no sólo ha menester andar sino volar; o que cuando dicen y les parece andan embebidas en la divinidad y que no pueden valerse, según andan suspendidas, ni hay remedio de divertirse, que acaece muchas veces.
16. Miren que torno a avisar que por un día ni cuatro ni ocho no hay que temer, que no es mucho un natural flaco quede espantado por estos días. (Entiéndese alguna vez). Si pasa de aquí, es menester remedio. El bien que todo esto tiene es que no hay culpa de pecado ni dejarán de ir mereciendo; mas hay los inconvenientes que tengo dichos, y hartos más. En lo que toca a las comuniones será muy grande, por amor que tenga un alma, no esté sujeta también en esto al confesor y a la priora; aunque sienta soledad, no con extremos. Para no venir a ellos, es menester también en esto, como en otras cosas, las vayan mortificando, y las den a entender conviene más no hacer su voluntad, que no su consuelo.
17. También puede entremeterse en esto nuestro amor propio. Por mí ha pasado, que me acaecía algunas veces que, en acabando de comulgar (casi que aun la forma no podía dejar de estar entera), si veía comulgar a otras, quisiera no haber comulgado por tornar a comulgar. Como me acaecía tantas veces, he venido después a advertir (que entonces no me parecía había en qué reparar) cómo era más por mi gusto que por amor de Dios; que como, cuando llegamos a comulgar, por la mayor parte, se siente ternura y gusto, aquello me llevaba a mí: que si fuera por tener a Dios en mi alma, ya le tenía; si por cumplir lo que nos manda de que lleguemos a la sacra comunión, ya lo había hecho; si por recibir las mercedes que con el Santísimo Sacramento se dan, ya las había recibido. En fin, he venido claro a entender que no había en ello más de tornar a tener aquel gusto sensible.
18. Acuérdome que en un lugar que estuve, adonde había monasterio nuestro, conocí una mujer, grandísima sierva de Dios, a dicho de todo el pueblo, y debíalo de ser. Comulgaba cada día y no tenía confesor particular, sino una vez iba a una iglesia a comulgar, otra a otra. Yo notaba esto, y quisiera más verla obedecer a una persona, que no tanta comunión. Estaba en casa por sí, y a mi parecer haciendo lo que quería; sino que, como era buena, todo era bueno. Yo se lo decía algunas veces; mas no hacía caso de mí, y con razón, porque era muy mejor que yo; mas en esto no me parecía errara. Fue allí el santo fray Pedro de Alcántara; procuré que la hablase, y no quedé contenta de la relación que la dio; y en ello no debía haber más, sino que somos tan miserables, que nunca nos satisfacemos mucho, sino de los que van por nuestro camino; porque yo creo que había ésta servido más al Señor y hecho más penitencia en un año que yo en muchos.
19. Vínole a dar el mal de la muerte, que a esto voy; ella tuvo diligencia para procurar le dijesen misa en su casa cada día y le diesen el Santísimo Sacramento. Como duró la enfermedad, un clérigo harto siervo de Dios, que se la decía muchas veces, parecióle no se sufría de que en su casa comulgase cada día. Debía ser tentación del demonio, porque acertó a ser el postrero, que murió. Ella, como vio acabar la misa y quedarse sin el Señor, diole tan gran enojo y estuvo con tanta cólera con el clérigo, que él vino bien escandalizado a contármelo a mí. Yo sentí harto, porque aun no sé si se reconcilió; que me parece murió luego.
20. De aquí vine a entender el daño que hace hacer nuestra voluntad en nada, y en especial en una cosa tan grande; que quien tan a menudo se llega al Señor, es razón que entienda tanto su indignidad, que no sea por su parecer, sino que lo que nos falta para llegar a tan gran Señor -que, forzado, será mucho-, supla la obediencia de ser mandadas. A esta bendita ofreciósele ocasión de humillarse mucho, y por ventura mereciera más que comulgando, entendiendo que no tenía culpa el clérigo, sino que el Señor, viendo su miseria y cuán indigna estaba, lo había ordenado así, para entrar en tan ruin posada; como hacía una persona, que la quitaban muchas veces los discretos confesores la comunión, porque era a menudo; ella, aunque lo sentía muy tiernamente, por otra parte deseaba más la honra de Dios que la suya, y no hacía sino alabarle, porque había despertado el confesor para que mirase por ella y no entrase Su Majestad en tan ruin posada. Y con estas consideraciones obedecía con gran quietud de su alma, aunque con pena tierna y amorosa; mas por todo el mundo junto no fuera contra lo que la mandaban.
21. Créanme, que amor de Dios (no digo que lo es, sino a nuestro parecer) que menea las pasiones de suerte que para en alguna ofensa suya o en alterar la paz del alma enamorada de manera que no entienda la razón, es claro que nos buscamos a nosotros, y que no dormirá el demonio, para apretarnos cuando más daño nos piense hacer, como hizo a esta mujer, que, cierto, me espantó mucho, aunque no porque dejo de creer que no sería parte para estorbar su salvación, que es grande la bondad de Dios; mas fue a recio tiempo la tentación.
22. Helo dicho aquí, porque las prioras estén advertidas, y las hermanas teman y consideren y se examinen de la manera que llegan a recibir tan gran merced. Si es por contentar a Dios, ya saben que se contenta más con la obediencia que con el sacrificio. Pues si esto es y merezco más, ¿qué me altera? No digo que queden sin pena humilde, porque no todas han llegado a perfección de no tenerla, por sólo hacer lo que entienden que agrada más a Dios; que si la voluntad está muy desasida de todo su propio interés, está claro que no sentirá ninguna cosa; antes se alegrará de que se le ofrece ocasión de contentar al Señor en cosa tan costosa, y se humillará y quedará tan satisfecha comulgando espiritualmente.
23. Mas porque a los principios es mercedes que hace el Señor estos grandes deseos de llegarse a El (y aun a los fines, mas digo a los principios porque es de tener en más) y en lo demás de la perfección que he dicho no están tan enteras, bien se les concede que sientan ternura y pena cuando se lo quitare, con sosiego del alma y sacando actos de humildad de aquí. Mas cuando fuere con alguna alteración o pasión, y tentándose con la prelada o con el confesor, crean que es conocida tentación, o que si alguno se determina, aunque le diga el confesor que no comulgue, a comulgar. Yo no querría el mérito que de allí sacará, porque en cosas semejantes no hemos de ser jueces de nosotros. El que tiene las llaves para atar y desatar, lo ha de ser. Plega al Señor que, para entendernos en cosas tan importantes, nos dé luz y no nos falte su favor, para que de las mercedes que nos hace no saquemos darle disgusto.