Las Moradas
En el capítulo anterior, Teresa nos ha invitado a considerar el alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, donde el aposento principal es el centro en que está el Rey y donde la llave para entrar a este castillo es la oración.
En este capítulo dos de las primeras moradas, la Santa desborda en imágenes y metáforas. Apenas parece posible lo que pinta su pluma: árbol de vida, fuente clara, aguas de vida, perla oriental, palmito…
La Santa nos va dibujar al alma que por el pecado vive en terribles tinieblas y oscuridad. Se percibe en ella ese deseo de comunicar lo precioso que somos a los ojos de Dios y quiere exhortarnos a que caigamos en la cuenta: “¡Oh almas redimidas por la sangre de Jesucristo! ¡Entendeos y habed lástima de vosotras! ¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuráis quitar esta pez de este cristal? Mirad que, si se os acaba la vida, jamás tornaréis a gozar de esta luz. ¡Oh Jesús, qué es ver a un alma apartada de ella (nº 4), a colaborar con la gracia, a estar vigilante y temerosa de ofender a Dios, que es la “fuente adonde esta plantado este árbol de nuestras almas” (nº 5)
“Si no conocemos que recibimos no despertamos a amar” nos dirá Teresa en Vida 10,4. En la antropología cristiana la primera palabra es RECIBIR. El comienzo de la vida es saberse amado para poder amar.
En el título de este capítulo de Moradas subraya lo importante que es entender y saber lo que recibimos de Dios para poder responderle. Y comienza a presentar la riqueza de la persona: “hermosura y dignidad de nuestras almas” (título). La persona es de “gran hermosura y gran capacidad” porque ha sido creada a imagen y semejanza de Dios, capaz de contenerlo. Es un “paraíso adonde dice Él tiene sus deleites” (nº 1). Hay que tomar conciencia de lo que somos en realidad, de nuestro rico natural.
Teresa nos va a comunicar su experiencia. A sus 62 años se encuentra en la etapa final de su vida mística, en plenitud humana y espiritual.
El fin de esta tarea de escribir es la gloria de Dios, que todo sirva “para alabarle un poquito más” (nº 4).
Con esta determinación de la voluntad (tal es la fuerza de la obediencia) pone manos a la obra, aunque no esté de acuerdo su natural, pues se encuentra enferma y agotada.
El amor hace posible el crecimiento de las personas: “con el amor que me tienen les haría más al caso lo que yo les dijere” (nº 4).