“Amor impreso en las entrañas,
que Él, nos lleve a ser almas generosas,
almas reales, que saben amar” (C.6, 4)
Dice la Santa que por muy bajo que hablemos Él nos oirá, y que no necesitamos alas para buscarle, solamente nos es necesario: “ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre, contarle sus trabajos” (C.28,2)
Dios Padre, ya nos ha entregado la Vida en plenitud, y quiere que respondamos a este don desde nuestra libertad, Él pide una libre adhesión a su voluntad, voluntad que es solo una, “amaos unos a otros como Yo os he amado” (Jn.15,12)
Amor a todos los hombres sin excepción, sin reserva.
He ahí nuestra llamada, hemos sido convocadas para el Amor, amor a la humanidad que soporta el peso de no saber vivir, de no saber ser Persona, ser Hombre, ser Mujer, seres creados para el Amor. Pero a esta humanidad fatigada y hastiada de sinsentido no se le ama en abstracto, se le ama creciendo en amor fraterno, muriendo a nosotras mismas. “Qué apasionado amor es éste, qué de lágrimas cuesta, qué de penitencias y oración; amor sin poco ni mucho de interés propio” (C.7,1)
Recordemos que “Amar a Dios es dejarse amar por Él. Y progresar en el amor es dejarse arrastrar por esa fuerza magnética que procede de Él. Y entender algo sobre Dios es dejarnos iluminar por Él. En términos generales, alcanzar algo no es otra cosa que dejarnos obsequiar”. Y para dejarse amar, arrastrar, e iluminar por Otro necesitamos confianza y fe en ese Otro.
Dios nos llama a todos a una excelsa dignidad, a un altísimo desarrollo de la conciencia, la voluntad, y, la capacidad de amar.
En una palabra nos entrega la verdadera y auténtica dignidad de lo que es el ser hombre imagen de Dios, nos entrega los dones para que alcancemos tal Plenitud, viviendo desde el Amor.
San Juan de la Cruz afirma: “el hombre es una hermosísima y acabada imagen de Dios” (1S. 9,1)
Pero ¿realmente nos vivimos así?
Sabemos que en Cristo Jesús reside esa Totalidad, “pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud” (Col. 1, 19) Esto es, por Cristo somos hijos en el Hijo, hemos recibido la condición de hijos de Dios, podemos llamar a Dios Padre.
Tocante a la confianza, nuestra Santa Madre nos cuenta su experiencia: “Suplicaba al Señor me ayudase; mas debía faltar -a lo que ahora me parece- de no poner en todo la confianza en Su Majestad y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios”. (V. 8,12)