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En la huerta hay un “olivo centenario” que está colocado en el centro del espacio más amplio. Como venía con todas sus raíces tuvieron que plantarlo encima de un montículo a guisa de “trono”, en un plano superior al resto del terreno. Desde el sitio que tengo en el coro, el olivo ocupa todo el espacio visual que puedo observar.

Fui a contemplarlo de cerca y vi que tenía tres ramas retorcidas y envejecidas que surgían de sus raíces. Pensé que ante mí tenía una buena imagen de la Trinidad: Tres ramas, tan antiguas, que parecían haber existido “desde siempre”, su copa en forma de cúpula, que me recordaba la Iglesia, las múltiples hojas que representan todos los hombres del mundo, aceitunas innumerables, que son los frutos del Espíritu, ramas erectas que señalan el Cielo y, para colmo, al atardecer, un bullicio de pajarillos que revoloteaban hacia él, seguros de encontrar refugio entre tus ramas, igual que los que queremos refugiarnos al calor de la Iglesia. Además, la pared que se ve al fondo es la que sostiene el Retablo donde está el Tabernáculo que guarda tu Presencia Viva. ¡Me alegré tanto cuando descubrí que todo me habla de ti…!