Hola, me llamo Sonia Patricia y mi apellido religioso de la Anunciación.

Procedo de Bogotá Colombia y hace 12 años que pertenezco al Carmelo en esta comunidad de Sanlúcar la Mayor.

¿Por qué estoy aquí? El encontrarse con que uno tiene vocación, o que Jesús te llama a seguirle de una manera determinada, al primero que sorprende es a sí mismo. Nunca pensé como proyecto de vida ser monja, y mucho menos de clausura (no sabía que existían).

Hermana SoniaPertenecí a un grupo de mi Parroquia (Camino Neocatecumenal), desde los 15 años, y experimenté mucha alegría y luz para mi vida con la Palabra de Dios, y posteriormente con la Evangelización (catequesis).

De un momento a otro, aunque esto era mi vida, no me resultaba suficiente y empecé a acariciar varias posibilidades: quería en algún momento de mi vida dejarlo todo y vivir para Jesús, quizá como misionera, y hasta monja, que no me hacía gracia; pero son esos pensamientos que te vienen, te asustan, te producen vértigo y se dejan pasar.

Finalmente la Palabra de Dios y la vida se iba encargando de aclarármelo.

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda el sólo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna.” Juan 12, 24-26.

Esta Palabra significó para mí una invitación de Dios a romper con mis proyectos y dejar que Él me guiara a no sabía qué. Más adelante, en medio de una gran multitud de jóvenes en el encuentro mundial de la juventud en Loreto, se proclamó la vocación de Isaías, y sentía que era sólo a mí a quien se decían estas Palabras: “Y percibí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra? Dije: “Heme aquí: envíame”.

Con el profeta respondí: ‘envíame’. No sabía adónde, y finalmente llegué aquí, tras años de discernimiento y dificultad para aceptar ser llamada y mirada por Dios a ser Carmelita.

En el discernimiento de mi vocación experimenté libertad total de cara a Dios para aceptar o rechazar la propuesta que me hacía, al igual que un no pertenecerme a mí misma, y un “reclamo” (en el mejor sentido de la palabra) por llevar a cabo una misión para otros a través de la oración.

Siempre ha sido Él el que ha marcado la iniciativa y persuadido mi libertad a aceptar esta forma de seguimiento; me he encontrado con las respuestas de mi existencia. Es Él el que le ha dado profundidad y sentido a mi vida, libertad y liberación para seguirle, encontrarme más auténticamente conmigo misma delante de Él, y con los demás. Con Él he podido leer mi vida, y en Él he encontrado sentido a lo doloroso y difícil.

Para mí ha resultado un valor importante y enriquecedor el vivir mi vocación aquí en España, porque me aporta perspectiva de lo que es el hombre, de su búsqueda de sentido o su sinsentido, del valor de la persona en las circunstancias que le rodean (esto indudablemente viéndolo en comparación con mi país)pero, en últimas, se convierte en sensibilidad de comprensión y oración por los hombres de todas las razas y circunstancias.

Lo más importante es que el compartir en nuestra comunidad personas de dos culturas distintas, congregadas por Jesús, desvanecen esos muros, pues es Él el que congrega y da unidad, por encima del origen y, gracias a él, adquirimos mayor amplitud y conciencia de la realidad y de la necesidad de construir nuestra fraternidad comunitaria, en esperanza de que sea vivida cada día por más personas en el mundo.